- Le vi desde la ventana. Me asombro su torpeza al liar. Después reparé en su edad -catorce o quince; dieciséis años como mucho-. Miraba hacia todos los lados mientras recostado en el coche liaba o por lo menos lo intentaba. ¿Porqué miraba a su alrededor? ¿Temía alguna visita inoportuna? ¿Temía que le viese algún madero? Terminó de liar y lo guardó. Se secó las manos. Había sudado como un maldito. ¿Sería el primero que liaba el sólo?
- Me compré un regalo de Navidad en la tienda. Al salir me hechizaron sus ojos. Dos segundos. No debió durar más. Sus amigas ni siquiera lo notaron.
- Esto tiene que cambiar. ¿Tanto les cuesta hacer las cosas bien?
- Que poquito le queda al año. Pero que poquito.
- [...]
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