jueves, 16 de agosto de 2007

Lejos de casa

La luna bañaba con su luz las viejas fachadas de los altos edificios. Era la noche más fría que recordaba y parecía que de un momento a otro fuera a empezar a nevar. Las calles están solitarias, como prevenidas de que algo malo fuera a ocurrir dentro de poco. Camina deprisa, con las manos cerradas en puño y dentro de los bolsillos, la cara entumecida por el viento y una idea revoloteando dentro de su cabeza como un pájaro en un desván incapaz de encontrar la salida. Sabe que tiene que hacer algo, pero aún duda de que ésto sea lo que tiene que hacer. Saca las manos de los bolsillos y coloca un cigarrillo en los labios congelados y casi azules. La boca se le llena de humo. Un humo que le trae recuerdos de otro lugar, ahora muy lejano. Buenos y no tan buenos, pero una mueca de sonrisa se dibuja en su rostro haciendo peligrar al cigarrillo.

Al fin se decide el cielo y unos finos copos empiezan a tapizar las aceras congelándose al primer contacto con el suelo helado. Se resguarda en una esquina del frío cortante como un cuchillo de hielo. Arroja la apuradísima colilla que choca contra el suelo y de ella surgen mil diminutas luciérnagas de fuego que refulgen como una estrella. Se sopla en las manos intentando entrar en calor. La fina y vieja chaqueta no abriga mucho, pero se resiste a desprenderse de ella. La lleva encima desde que salió de casa hace ya mucho tiempo y teme que al desprenderse de ella las cosas le puedan ir peor. Como si eso fuera posible. Alza los cuellos de la chaqueta marrón y se emboza con la bufanda antes de atravesar la plaza. La enorme plaza siempre abarrotada de gente y de ruido que parece ahora un cementerio; quieta, vacía y muda.

Otra sombra se aprecia ahora, velada por la nieve ya incesante y recortada a traición sobre las paredes grises y viejas de la gran ciudad. Las dos figuras, los dos caminantes solitarios de la noche se reconocen. Se dirigen una mirada que hace las veces de saludo y caminan hacia una esquina que la nieve y el viento aun no han encontrado. Llegas tarde dice una de las figuras. Ya, le contesta secamente la otra. No traes nada de equipaje dice la nueva figura. Sí, esta bolsa. Le enseña una vieja y raída cartera de cuero que lleva colgada del hombro izquierdo. Espero que no llamemos la atención. Tranquilo, a estas horas el tren irá casi vacío. ¿Traes todo el dinero? Si, todo lo que he conseguido hasta el último momento. Caminan ahora hacia la estación de ferrocarril, bajando la calle en pendiente que refleja la luz de la luna como un pulido espejo digno del mejor de los palacios que ellos jamás han pisado ni nunca llegaron a pisar hasta el lejano fin de sus vidas. Lejos. Cada vez más y más lejos de casa.

Madrid M-1-5-2007

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