sábado, 4 de agosto de 2007

Leyendo a cabezazos.

Está sentado en uno de los bancos de la estación. Debe tener algo más de sesenta años y viste de un modo muy elegante. Hasta ahí todo normal, de no ser por un pequeño detalle, aunque más que un detalle es su peculiar comportamiento.

Está leyendo un libro. Parece ser una novela, aunque en un par de ocasiones y con mucho cuidado ha sacado un portaminas de dentro de la chaqueta y ha hecho alguna anotación al margen. Pero no una de estas novelas tan populares que todo el mundo lee últimamente pues tiene una de esas viejas encuadernaciones en tela de color teja. Lo curioso es su comportamiento cuando lee, empieza a leer con el libro alejado de su cara una distancia que aproximadamente es el largo de su brazo, pero bien, cuando se adentra en la lectura se acerca hasta casi dejar caer las gafas de cerca en el libro.

Por la velocidad que lleva al acercarse al texto, se puede averiguar fácilmente si está leyendo una frase corta o un párrafo entero. Y a veces cuando se ha alejado el libro de la cara o la cara del libro, según; asiente con la cabeza como queriendo reafirmar lo que ha leído o como si estuviese dando la razón a quienquiera que escribiese el libro.

No se si lleva mucho tiempo aquí, pero así ha pasado la última media hora que ya llevo yo en la estación. Me he fijado y no parece que tenga la intención de viajar, ya que ni lleva equipaje ni atiende a los avisos de salida y llegadas ni mira a las pantallas.

Al girar la cabeza tras oír el aviso de un viaje, veo que ha dejado de leer y tiene el libro entre las manos y la mirada fija, como si estuviese paladeando la lectura o meditando sobre alguna idea. Luego ha mirado el reloj y tras quitarse las gafas y guardárselas, se ha marchado.

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