jueves, 30 de julio de 2009

¡Fiesta!

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Fuera debe de hacer muchísimo frío. El viento azota incansablemente las ventanas del apartamento. Aunque la máquina recién reparada lo espera junto a una pila de folios en blanco no tiene ni ideas ni ganas de escribir. La verdad es que no tiene ganas de hacer nada, ni fuera de casa ni tampoco dentro. Lo de no salir ni hacer nada fuera de casa se puede entender, porque las aceras están resbaladizas por el hielo y llenas de gente con prisa. El panorama es muy poco apetecible.

Así que uno tras otro devora con la misma voracidad cigarrillos y discos de Jazz, mientras mira por los prismáticos a la gente que veinte pisos y unos sesenta metros más abajo compra los últimos regalos para las fiestas de navidad. La gente allí abajo se comporta azoradamente, como hormigas a las que se les ha echado encima el invierno sin haberse aprovisionado convenientemente. Ha convertido esto en una costumbre desde hace tres inviernos, los observa como si fuesen parte de un experimento o de una prueba deportiva; a veces incluso intenta averiguar en que tienda entrará una determinada persona o cuantas bolsas puede cargar una misma persona. De vez en cuando algo le hace sonreír y entonces el cigarrillo se muestra tambaleante en sus labios.

Tras el divorcio volvió a la ciudad. Alquiló uno de los mejores apartamentos del centro, con más habitaciones de las que necesita; casi todas ellas llenas de cajas de la mudanza, aunque haga ya tres años de eso. El timbre del teléfono destaca sobre el solo de trompeta. Cruza el amplio apartamento a grandes pasos hasta llegar al despacho. Descuelga el teléfono con desgana. Será una invitación a otra absurda y aburrida cena de gala a la que van los ricos y famosos de la ciudad básicamente para cuchichear sobre aquél que falte e intentar olvidar lo vacías que son sus vidas sin nada que hacer en todo el día. Mientras recupera el aliento, deja hablar a quienquiera que haya al otro lado del teléfono. Acertó, una fiesta mañana a las siete en el hotel Loarden. Apura el cigarrillo mientras se inventa una excusa convincente. Hace más de cinco años que no va a este tipo de fiestas, pero siempre hay gente que o no se ha enterado o no se quiere enterar. Cuelga el teléfono y vuelve al salón, cambia el disco acabado por otro y se sirve una copa. Le gustan más sus fiestas que cualquiera otra a las que es o haya alguna vez sido invitado. En batín todo el día y sin más compañía que la de las voces y sonidos grabados en los discos y las gentes que se apresuran al otro lado de los prismáticos.

Mira su curioso reflejo en el cristal de la ventana y alza la copa brindando con él. Felices fiestas se dice mientras unos dedos acarician un lejano piano.



Miles Davis - Stella by starlight.

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